Sus cabellos despeinados, mojados y de color azabache cubrían sus ojos, esos ojos azules que podían ser vistos a metros de distancia. Su mirada permanecía inexpresiva mientras jugaba con su arma favorita: una daga filosísima que tenía desde que solo era una niña.
Pasaba sus largos delgados dedos por el filo de su arma tan amada, veía como de uno de sus dedos comenzaba a brotar ese líquido carmesí que tanto amaba. Una sonrisa apareció en su rostro, pero no era de felicidad, mucho menos de placer, era una sonrisa de tristeza que adornaba su rostro, un rostro que después de esa noche se dej